La Primavera de Sandro Botticelli es una de las pinturas más misteriosas de la historia del arte y, gracias a su fama, también ha sido una de las más interpretadas. Hay muchas lecturas de la imagen, pero todas ellas parten de la misma idea: la exaltación de la belleza como estímulo para poner en marcha el amor, entendido como el renacer de la naturaleza y de la vida.
Partiendo de la derecha vemos a Céfiro, el viento de la primavera, que aferra a la ninfa Cloris, mientras que la tercera figura representa a Flora, cuyo vestido está ricamente decorado con motivos florales.
En el centro del cuadro, un poco hacia atrás, encontramos a Venus, sobre la que vuela Cupido, que dispara las flechas del amor. Inmediatamente después viene el grupo de las Tres Gracias y, finalmente, la última figura, Mercurio, en el gesto de dispersar las nubes con su bastón.
La pintura es una de las obras maestras del Renacimiento italiano, pero aquí Botticelli parte de una concepción estilística que parece más gótica tardía que verdaderamente renacentista, con una construcción espacial desprovista de profundidad y gran atención a los detalles naturalistas, con los que el pintor crea cada flor y cada una de las briznas de hierba. Pero del Renacimiento es el espíritu de la pintura que, por el hecho mismo de haber elegido un tema tan secular e impregnado de referencias humanísticas, sólo podía nacer en este periodo histórico.
La obra se conserva en la Galería Uffizi de Florencia, en la misma sala que otra famosa obra maestra de Botticelli: Nacimiento de Venus.