Las murallas de Lucca, construidas entre mediados del siglo XVI y principios del XVII, son el mayor ejemplo en Europa de murallas realizadas siguiendo los principios de la fortificación moderna que se han conservado hasta nuestros días, pero también son un oasis verde que rodea en un abrazo todo el centro histórico, donde los ciudadanos y los turistas van a pasear a pie o en bicicleta o bien, van a correr. Un lugar ideal para las familias con niños pero también para parejas enamoradas, que pueden ver Lucca desde lo alto.
La que existe actualmente es la cuarta muralla, la última entre aquellas que Lucca ha conservado a lo largo de los siglos. La primera fue aquella romana del siglo II a.C., la segunda fue aquella medieval terminada en el 1270, mientras que la tercera se trabajó interviniendo en el trazado precedente entre finales del siglo XV y principios del siglo siguiente.
Alrededor del siglo XVI, la tecnología militar se desarrolló en modo importante, los ejércitos comenzaron a utilizar armas de tiro directo, artillería que podía no ser detenida por las murallas y de esta forma, en el 1544, después de agotadores debates, se inició una obra de construcción que duró muchísimo tiempo y que fue difícil de gestionar. Las obras fueron dirigidas por expertos provenientes de varias ciudades italianas (en particular Urbino) y técnicos flamencos y se terminaron definitivamente más de un siglo después, en el 1650.
El recinto está formado por doce cortinas de terraplén, que unen entre ellas once bastiones: un total de cuatro kilómetros y doscientos metros de fortificación, treinta metros de ancho en la base, sobre la cual se colocaron 124 piezas de artillería.
El sistema defensivo se reforzó con la excavación de un foso de treinta y cinco metros de ancho, doce medias lunas de tierra con bases de mampostería (hoy sólo quedan dos, entre la plataforma San Frediano y el Baluarte San Donato), un largo terraplén continuo y, por último, el corte de todas las plantas en un radio de media milla, con el fin de no dejar madera para la artillería a un eventual enemigo.
La única alarma a la que se enfrentaron las murallas fue la del agua del río Serchio, que estaba a punto de inundar la ciudad en el 1812. En esa ocasión todas las puertas fueron cerradas y bloqueadas y la ciudad permaneció intacta.
En el 1818 la duquesa Maria Luisa de Bornone encargó al arquitecto Lorenzo Nottolini para rediseñar una parte de las murallas en verde y en el 1820 se estableció el Jardín Botánico. La transformación del antiguo sistema defensivo en un parque verde para el tiempo libre y la recreación continuó en el 1840 cuando se construyó el Caffè delle Mura en el Baluardo Santa Maria.