El pueblo Altopascio siempre ha sido lugar de tránsito de los peregrinos en su viaje por la Vía Francígena. Por lo tanto, desde la Edad Media, la comunidad ha trabajado para facilitar su estancia y para proporcionarles reposo y refugio.
En Altopascio se fundó una verdadera institución asistencial gestionada por la Orden Hospitalaria de los Frailes de San Jacobo: éstos, desde la segunda mitad del siglo XI, envueltos en sus característicos mantos negros, se ocupaban de los peregrinos de muchas maneras, transformando la simple acogida en una hospitalización médica especializada. La novedad de esta asistencia fue precisamente el aspecto sanitario de este cuidado de los viajeros, realizada también con la ayuda de personal competente, como médicos y cirujanos laicos.
Las normas que rigen la asistencia aplicada por los frailes -que comenzaron a ser conocidos como los Caballeros de Tau por la cruz impresa en sus mantos- eran muy precisas, con una característica muy particular incluso en las comidas que se les proporcionaban: asegurarse que cada peregrino tenga su pan para alimentarse y esta misma actitud respecto al pan sigue aún siendo una tradición en Altopascio.
El antiguo hospital estaba rodeado por un recinto amurallado que le daba la apariencia de una fortaleza; se accedía desde la Porta degli Ospedalieri y en su interior había dos grandes patios, uno dedicado a los frailes y el otro a la acogida. El complejo también incluía la Iglesia San Jacopo y el campanario, un faro para que los peregrinos pudieran verlo desde lejos. Entre los siglos XV y XVI, la familia Capponi transformó el hospital en una fortaleza y luego en una finca.