Desde Canterbury hasta Roma hay una carretera secular, una antigua directriz que ha visto pasar a peregrinos, caballeros, santos, caudillos y mercaderes, y que en Toscana recorre casi 400 km. En la Vía Francígena, el tiempo se ha estratificado, dejando huellas visibles de su transcurrir: recorriendo este itinerario, encontrarás testimonios de la Edad Media y el Renacimiento, dos épocas históricas que dieron lugar a imponentes fortalezas, majestuosas torres y obras de arte de todo valor.
Durante largos siglos se produjeron batallas y enfrentamientos, así como comercios florecientes y un magistral arte pictórico. La evidencia de este pasado se muestra a los caminantes en forma de fascinantes edificios, a veces erigidos con funciones de control y defensa, otras como residencias de familias nobles.
El Castillo de Aghinolfi se levanta entre las montañas que rodean Montignoso, y desde el Siglo VIII observa la costa y los caminos que conducen al mar, encaramado en una posición privilegiada sobre un espolón rocoso; se puede encontrar en una de las primeras etapas del camino que, tras dejar Lunigiana, se dirige hacia las tierras de Versilia, suspendido entre las montañas y el mar.
En la llanura de Lucca se encuentra la Fortaleza de Montecarlo, donde el panorama montañoso se ha extendido y la Vía Francígena ha dejado atrás Lucca y la Catedral de San Martino, donde se encuentra el misterioso laberinto. El castillo es una fortificación que data del Siglo XII, largamente disputada entre los poderes de Lucca, Pisa y Florencia; por sus salas han pasado personajes importantes, como caudillos, papas y reyes.
A lo largo de la antigua vía, las torres que se elevan sobre el panorama conservan historias de un ascenso al poder. A mitad de camino de la Vía Francígena, se encuentra un tramo de pavimento original y, no muy lejos, el Fuerte de Federico II en San Miniato: fue construido por orden de Federico II de Suabia, y en ella estuvo prisionero Pier delle Vigne, personaje del Infierno de Dante. Distinta es la historia de las 14 torres de San Gimignano, documentos arquitectónicos del éxito derivado del comercio de especias.
Val d'Elsa custodia el Castillo de Monteriggioni, sólido e imponente; el recinto amurallado coronado por torres parece cristalizado en el tiempo, y el paseo por las murallas da la emoción de sentirse como centinelas que custodian la fortaleza.
La Torre del Mangia se eleva por encima de la Plaza del Campo y de la ciudad de Siena, mientras que la Fortaleza de Radicofani, que alberga el Museo del Alcázar y sobre la cual aún se cierne la figura del bandido Ghino di Tacco, domina el panorama del Valle d’Orcia, último puesto medieval de la Vía Francígena en Toscana.
Los museos y palacios custodian en sus salas obras de gran maestría. La Alegoría del Buen y del Mal Gobierno es uno de los ciclos de frescos más famosos de la época, firmado por Ambrogio Lorenzetti en el Siglo XIV y conservado en el Palacio Público de Siena, donde también se encuentra el Guidoriccio da Fogliano de Simone Martini, de la misma época.
En la Sala Dante del Palacio Público de San Gimignano se encuentra la Majestad de Lippo Memmi, un fresco en el que brillan treinta aureolas decoradas con pan de oro desde hace setecientos años.
A lo largo de la Vía Francígena se encuentran residencias, jardines y obras de gran valor dejadas en herencia al mundo por el Renacimiento toscano, ese largo periodo de florecimiento artístico y cultural en el que grandes artistas y poderosas familias nobles pusieron su genio al servicio de la belleza.
Las etapas que pasan por Lunigiana y Versilia ofrecen a la vista imponentes y majestuosos edificios, como la Fortaleza Brunella en Aulla -que hoy tiene su sede el Museo de Historia Natural de Lunigiana- y el Palacio de los Medici en Seravezza, Patrimonio UNESCO enmarcado por el perfil de las montañas.
Si las murallas y los alcáceres de Lucca dan la bienvenida a los peregrinos a la "Ciudad de las 100 Iglesias", los viajeros que atraviesan la última etapa de la Vía Francígena son recibidos por la Posta Medicea de Radicofani, del Siglo XVI, diseñada por el arquitecto Bernardo Buontalenti.
La maestría de sus obras ha consignado a la historia los nombres de numerosos artistas, pintores y escultores que se convirtieron en protagonistas de la nueva vida del arte toscano. Un ejemplo de ello es el sarcófago de mármol de Ilaria del Carretto, esposa de Paolo Guinigi; su tumba, conservada en la Catedral de Lucca, fue esculpida en el Siglo XV por Jacopo della Quercia, autor también de la pila bautismal del Baptisterio de San Juan de Siena.
Los nombres de pintores como Benozzo Gozzoli, Filippo Lippi y Pinturicchio acompañan todo el recorrido de la Francígena Toscana, narradores cuyas historias se cuentan con pinceles y colores. En Val d'Elsa se pueden admirar sus obras en el Museo Benozzo Gozzoli de Castelfiorentino, así como en las salas del Palacio Municipal de San Gimignano y en la Librería Piccolomini, un espacio con espléndidos frescos dentro de la Catedral de Siena.
En Buonconvento, donde la Vía Francigena pasa por una suave extensión de colinas, el Museo de Arte Sacro de Val d'Arbia ofrece, en sus salas, una profundización de la historia del arte, con una sección dedicada al Renacimiento.