Una elaboración textil de la lana que desde la Edad Media ha transformado el desarrollo económico y social de todo un distrito: preciosos ejemplos de arqueología industrial que dan testimonio de un pasado que persiste; antiguas estructuras que hoy se han convertido en centros culturales o paradas de itinerarios turísticos. Una provincia industrial, moderna y culturalmente vanguardista con el Museo de Arte Contemporáneo Luigi Pecci; pero también una provincia rica en signos del pasado, con espléndidas villas de los Medici e iglesias románicas. Y la simple harina que se transforma en un pan famoso y en mil dulces: de los cantuccini al berlingozzo, de los brutti buoni a los zuccherini di Vernio, que se pueden encontrar en las pastelerías y panaderías de la zona.
Pero vayamos paso a paso. La producción textil en Prato se desarrolló desde la antigüedad hasta convertirse en uno de los principales recursos económicos de la ciudad y de su provincia. Los orígenes de este complejo se remontan al Siglo XIX. Desde entonces, el continuo desarrollo de las tecnologías y técnicas de las instalaciones ha garantizado a Prato una posición privilegiada en el sector. Aunque en los últimos años la industria textil de Prato ha tenido que hacer frente a la competencia extranjera, Prato continúa a ser siempre una excelencia toscana, un símbolo de calidad y saber hacer intemporal.
Pasemos ahora a la comida y empecemos por la bozza de Prato, quizá el pan más conocido de Toscana. Hoy conserva las características y sabores de antaño: tiene la típica forma rectangular, un color marrón oscuro y un sabor "tonto", sin sal. La harina, elaborada exclusivamente con trigo blando, se mezcla con agua tibia y levadura natural; luego, el pan se cuece en hornos de leña. Entre los otros productos típicos locales recordamos la harina de castañas, los higos de Carmignano y la mortadela de Prato. La pastelería es una de las actividades tradicionales de la ciudad de Prato. Destacan los "cantuccini» (biscotes crujientes con almendras para mojar en el vinsanto al final de la comida) y los "brutti boni" (biscotes de almendras llamados así por su forma arrugada).
Los Zuccherini di Vernio son biscotes secos anisados, reconocibles por su agujero central y su color blanco debido a que se sumergen en azúcar derretido después de su cocción. Su tradicional forma de rosquilla, que recuerda a un anillo de boda, deriva de la antigua costumbre de prepararlas en ocasión de los banquetes nupciales. También son deliciosas las legendarias Pesche di Prato, sin olvidar el berlingozzo, un suave pastel con sabor a naranja y vainilla que se remonta al Renacimiento. Lamentablemente, los "mangia e bei", pequeñas focacce blandas de color avellana rellenas de sirope de menta o cedro, se preparan con menos frecuencia.