Viaje por la artesanía de Livorno

Para hablar de la elaboración del coral, es necesario dar un paso atrás en la historia. La ciudad de Livorno, por su posición en el Mar Tirreno y su función de puerto de escala, siempre ha sido un territorio permeable a los flujos migratorios. Los acontecimientos políticos y sociales y, en particular, la Constitución de Livorno promulgada por Ferdinando Medici favorecieron el asentamiento de poblaciones extranjeras en la ciudad portuaria entre los Siglos XVI y XVII, atraídas principalmente por las facilitaciones del comercio y la tolerancia religiosa.

En este contexto, llegaron a Livorno muchos maestros de corales genoveses y comerciantes armenios, junto con artesanos y comerciantes judíos procedentes de España y Portugal, donde eran perseguidos. En particular, fueron éstos últimos a traer a la ciudad los secretos de la elaboración del coral.

En el Siglo XVII, era habitual "toresare" el coral, es decir, reducirlo a cuentas, para luego enviarlo por mar a lugares como Alejandría (Egipto). Durante este siglo y el siguiente, la elaboración y el comercio del coral alcanzaron su máxima expresión. El coral se pescaba en el norte de África y lo traían hasta Livorno en barcos napolitanos, sardos y corsos. En el Siglo XVIII, el negocio del coral superaba los cien mil cequís.

Tras un periodo de desaceleración -durante la dominación francesa-, los talleres se multiplicaron y se especializaron en las distintas etapas de elaboración, selección y clasificación, a lo largo del Siglo XIX. La mano de obra estaba compuesta principalmente por mujeres ("coralaias") que a menudo trabajaban en casa.  Las joyas como los collares, broches, pulseras y colgantes, así como las estatuillas que adornaban las casas de la nobleza, eran especialmente refinadas. Sin embargo, además de los salones, el coral se encuentra siempre en los símbolos de los rituales supersticiosos populares: se dice que es ideal para hacer amuletos contra el mal de ojo.

Al ser una ciudad marítima tan importante, Livorno ha visto crear muchísimos barcos. Aquí, tallistas, carpinteros y carpinteros de barcos han acompañado siempre las fases de construcción de los barcos. En el Siglo XIX también se intensificó el trabajo de la madera para la fabricación de muebles con excelentes materias primas importadas. Así surgió el oficio de ebanista, es decir, el que conoce las técnicas de talla, marquetería y barnizado.

Atraídos por los incentivos concedidos por los grandes duques a los artesanos, varias familias de talladores y grabadores se instalaron en Livorno durante el Siglo XVII: la ebanistería se une al trabajo de la carpintería en los talleres de la ciudad. De nuevo -al igual que el desarrollo del coral y del hierro- el resurgimiento y la afirmación de este tipo de artesanía en Livorno coincidió con la restauración de los Lorena. Bajo la influencia del estilo imperio heredado del periodo de ocupación napoleónica, los grandes duques dictaron las reglas del gusto, favoreciendo la imitación del barroco y del rococó. El arte se extendió rápidamente y hasta un pequeño mueble artesanal de madera se hizo indispensable en los hogares de las familias adineradas. 

Algunas características técnicas y estéticas desarrolladas durante la década de 1830 distinguen a los muebles de Livorno de todos los demás, por ejemplo, el revestimiento de caoba y la refinada marquetería sobre madera blanda, que elige motivos geométricos fileteados que dejan amplios espacios libres. Además de estas características, a menudo se utilizan una serie de argucias y artilugios que permiten utilizar el mismo mueble para más de una función. 

En Toscana del Siglo XIX, Livorno estaba a la vanguardia del uso del hierro fundido. La producción artística de refinados accesorios de decoración incluye camas de hierro forjado, lavabos, cercos, lámparas y relojes.

En el 1842, la inauguración de la Porta San Marco, realizada en las grandes fundiciones ducales de Follonica, marcó un cambio significativo en la elaboración de este material. De hecho, la puerta constituye uno de los primeros intentos en Toscana de establecer una unión entre el potencial constructivo y aquel estético, anticipando las soluciones arquitectónicas que más tarde caracterizarían las estaciones ferroviarias, los edificios públicos y los mercados europeos.

La nueva tecnología se estableció en paralelo con la artesanía tradicional del hierro forjado, proporcionando productos de artesanía artística para embellecer jardines y edificios. De las barandillas, balcones, fuentes y puertas realizadas con gusto y experimentación técnica, pasamos al mobiliario sagrado, como las vallas de los altares o las escaleras de los púlpitos y las barandas. Pero fue sobre todo la difusión de las lámparas de gas lo que estableció el hierro fundido como técnica para el mobiliario urbano de la época. Con la ayuda de las máquinas de vapor, Livorno también se dedicó a la producción industrial de tuberías de gas y rieles para los ferrocarriles. Los trabajadores especializados en la construcción naval tuvieron un nuevo impulso de estos sectores.

La tradición no se ha perdido y el hierro sigue siendo un material "noble" que -junto con otros metales como el latón- se sigue utilizando ampliamente en la producción artesanal de accesorios de decoración.