Los paisajes de Val d'Elsa y de Val di Cecina nos invitan a capturarlos sacando infinitas fotografías, como si fuera la única manera de absorber su encanto. Incluso los lugareños no pueden evitar escribir poemas sobre ellos, deseando inmortalizarlos en cada variación de luz durante el día, pintarlos, como si su esplendor pudiera permanecer en una tela, como si toda esta belleza tuviera que ser preservada para no desperdiciarla, para conservarla para la posteridad en modo que puedan admirarla como se hace desde tiempos antiguos.
Los etruscos entendieron que estas colinas, tan impenetrables y aisladas, podían ser un oasis envidiable, un lugar seguro fuera del mundo donde desarrollar su civilización. Desde su pasaje ha permanecido intacta la atmosfera misteriosa de los callejones en estos pequeños y grandes pueblos , cuando inclusive durante el invierno, con su silencio y su niebla, este lugar sigue transmitiendo emociones. De esta antigua población ha permanecido la sugestión de tener raíces antiquísimas que se conservan en los nombres de la gente, en la forma de hablar y en las actividades cotidianas. Todo ello sin quitar un fragmento de encanto a la Edad Media, que en estos pueblos ha pavimentado calles, construido puertas, solidificado tradiciones y erigido muros que no son barreras, ni impiden mirar hacia afuera, sino que simplemente, protegen.
Dos valles adyacentes ven Volterra como la madre que los observa desde lo alto, pero sin quitarles su espacio ni unicidad. Val d'Elsa se presenta marcada por la Vía Francígena donde, como el cauce del agua moldea la orografía, de la misma forma los peregrinos del camino han forjado este entorno, sus pueblos y su carácter. Por ejemplo, Casole y Radicondoli todavía respiran el mismo aire de los territorios de la Edad Media. Estos pueblos cuentan con murallas y "callejuelas", villas romanas y casas campestres, tienen sobre todo un metrónomo interior que sigue el ritmo de la tradición. La historia en Val d'Elsa es un libro viviente y algunas de sus páginas pueden leerse sin dudas en San Gimignano, Patrimonio de la Humanidad de UNESCO, conocido como "Manhattan de la Edad Media" por sus torres que se distinguen aquí desde hace muchísimo tiempo. Estas torres no tienen nada que envidiar a las de Monteriggioni, que tanto le gustaban a Dante Alighieri. Algunos capítulos fascinantes fueron escritos en Colle Val d'Elsa, donde el viento del presente sopla en las creaciones artesanales de cristal y el viento del pasado se desliza por las calles que fueron la cuna de Arnolfo di Cambio. Muy cerca encontramos Poggibonsi que, a pesar de su obvia modernidad, revela notas a pie de página que son tan antiguas como la historia de todo el valle.
El mencionado Volterra, o Velathri, como lo llamaban los Etruscos, está encaramado en una colina ("poggio" como se dice aquí) ya no más para vigilar el mar y protegerse del enemigo, sino para tener el privilegio de observar, a cuarenta kilómetros de distancia, los atardeceres. Esta localidad es frágil, pero al mismo tiempo maleable y dinámica como su alabastro, y ofrece una vivacidad cultural que desde la época de los etruscos nunca ha cesado. Observa Val di Cecina, que se extiende hasta la costa y sobre las colinas más altas, donde las reservas forestales de Berignone, Montenero y -en Monteverdi Marittimo - Monterufoli dejan también es espacio a una tierra exuberante que no sabe retener su energía. Esta fuerza emerge en las fumarolas de Sasso Pisano, en el Municipio de Castelnuovo Val di Cecina, en las fuentes termales y en el campo geotérmico en Larderello, en Pomarance, mientras en Montecatini la misma fuerza se esconde en las profundidades y se puede descubrir solamente visitando las antiguas minas.
Se deduce así que cuando los elementos naturales llegan a armonizarse, cuando se mantiene el equilibrio entre el aire, la tierra, el agua y el fuego, se presentan todas las condiciones para que se desarrolle una maravillosa tierra como esta.